El juego es constitutivo del sujeto, y tal vez todo juego sea una representación de esa combinatoria que es el aparato psíquico. Los lugares comunes del lenguaje, que son astucias de los dioses, han asociado el juego con lo que carece de seriedad, y con lo “infantil”. Hay en el juego una confluencia llamativa de inocencia y peligrosidad. En el espacio del juego podemos actuar sin consecuencias, y, como en el teatro jugar a ser el asesino o el amante. Esa diferenciación de espacios, en la que se asienta la diferencia entre el pensamiento y la acción, es el fundamento de la división subjetiva y de la misma civilización.
Quisieron las inercias de la divulgación que el nombre de Lacan no estuviese asociado al juego, seguramente porque ese significante no aparece en sus títulos. No hubo en su obra un texto como el de Winnicott que se llamara Realidad y juego. Sin embargo, el juego ha estado presente en la enseñanza de Lacan más que en ningún otro psicoanalista. Él concibió al sujeto como una combinatoria de significantes, y la teoría de los juegos ocupa un lugar central en la enseñanza de Lacan. Eso se aprecia en su manera de concebir la repetición como tyché y automatón, que no es otra cosa que afirmar que nuestra vida vale tanto la fortuna como el cálculo. Este libro de Marcela Ferro restituye el insoslayable valor del juego en la enseñanza de Lacan. En él hallará el lector un trabajo que, si no se tratara de un tema inabarcable, merecería ser calificado de exhaustivo.
Marcela Ferro
Licenciada en Psicología. Universidad Nacional de La Plata.
Magister en Psicoanálisis. Universidad de Buenos Aires.