Una mente desprejuiciada

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Autor: André Gide
Editorial: Letra Viva

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“Con la misma idea y las mismas palabras que todo el mundo, Gide logra decir algo de valor. Es la regla clásica: tener el coraje de decir bien lo que es evidente, de manera que nunca será con la primera lectura que un autor seduzca; seduce más bien por aquello que no ha dicho, pero que con naturalidad seremos llevados a descubrir, pues las líneas esenciales han sido bien dibujadas. Pero también han sido suprimidas las líneas accesorias. Es lo propio del arte (ver al respecto algunos dibujos significativos de Picasso). Montesquieu decía: “No escribimos bien sin saltar las ideas intermedias”, y Gide agrega: “No hay obra de arte sin cortes”. A ello lo acompaña una primera oscuridad, o una enorme simplicidad, que hace que los mediocres confiesen que no comprenden. En ese sentido los Clásicos son los grandes maestros de lo oscuro, incluso del equívoco, es decir, de la preterición de lo superfluo (ese superfluo al que el espíritu vulgar es aficionado), o si se quiere, de la sombra propicia para meditaciones y descubrimientos individuales. Obligar a pensar por sí mismo sería una definición posible de la cultura clásica; no será desde entonces el monopolio de un siglo, sino de todas las rectas conciencias, ya se llamen Racine, Stendhal, Baudelaire o Gide”.

Roland Barthes

 

“Obra de exceso, obra de extrema mesura, completamente entregada al arte y, sin embargo, concedida a un designio de influencia, no estético, sino moral, obra que solo considera al hombre y que, para el hombre que la ha formado, no ha sido sino un medio para formarse, buscarse, en fin, obra inmensa, de una extraordinaria variedad, pero también dispersa y estrecha y monótona, abierta a la más rica cultura, vuelta hacia la espontaneidad la menos libresca posible, ingenua por amor al esfuerzo, libre en aras de la restricción, discreta en la franqueza, sincera hasta la afección y como movida por la preocupación hacia el descanso y la sinceridad de una forma en la cual nada podría ser cambiado”.

Maurice Blanchot